Cambio de botón — Wicked Hearts.

Un día un cordero sacrificado bajó del cielo y rompió los siete sellos.

Tal y como contaban las profecías, los cuatro primeros despertaron a cuatro jinetes hermanos, las primeras calamidades en pisar el mundo, a quienes se les concedió el poder de destruir la tierra y a la humanidad: Peste, con su arco y su caballo blanco; Guerra, con su gran espada en su caballo rojo; Hambruna, llevando su balanza y su montura negra; y Muerte, en su caballo amarillento y con la potestad sobre una cuarta del mundo para matar con el caos que engendraran el resto de sus hermanos.

Pero la destrucción no cesó ahí.

El quinto sello liberó al resto de las calamidades. Resultó que con la fuerza residual de los jinetes y la desesperación que generaron a su paso, se engendraron criaturas menores pero poderosas que empezaron a regar más tragedias sobre la tierra. Bestiales, iracundas, corruptas y despiadadas. Embistieron contra todo a su paso como toros enceguecidos hasta que un cuervo negro se impuso sobre ellas y las dotó de conciencia.

El sexto sello despertó al buitre inclemente e indolente, que con sus garras rapaces desgarró la carne de todos los moribundos en un afán por borrar definitivamente a todo aquel que no hubiera sido escogido por el séptimo sello: La redención.

La tierra se había convertido en un mar ominoso de miasma y locura, un campo de guerra perpetuado sobre la sangre y el dolor de las víctimas, aquellas que por mucho tiempo habían sido los verdugos de un mundo en decadencia. Pero la masacre tenía que terminar. Aunque todos los campos y todas las aguas se habían mezclado con los nocivos lixiviados del caos, impidiendo que cualquier forma de vida volviera a resurgir ahí, la redención había marcado la frente de unos pocos. A esos fueron los que salvaron los siete ángeles que bajaron a tocar sus siete trompetas al unísono. El concierto detuvo el obrar de los jinetes, el cuervo tuvo que ordenarle a sus calamidades que se detuvieran, y el buitre frenó su festín.

Después, en el silencio, cada ángel elevó su mano derecha para levantar siete paraísos que serían el único hogar fértil que tendrían los vencedores, los redimidos. Los seres alados soplaron con sus bocas, y el aliento divino despejó el cielo sobre ellos, expulsando las toxinas del aire. También derramó cada uno una lágrima para purificar las aguas. Enseguida tocaron la tierra para limpiarla del terror. Por último, le ordenaron a los ejecutores del caos que se quedaran a vigilaran el nuevo mundo obrando con mesura para mantener el equilibrio, y le prometieron a los redimidos que la vida no volvería a recibir un azote igual.

Ese fue el final de la humanidad como se conoció durante siglos y el origen de los siete distritos que hoy en día se alzan como urbes completas, cada una especializada según el nuevo orden impuesto.